martes, 18 de agosto de 2009

El funeral, Diciembre de 1991

Alguien habia avisado una noche antes a la familia de Tijuana y Ensenada que Ricardo tenia una crisis, nada de alarmarse, solo que probablemente necesitaria sangre. Al otro dia por la mañana llegaron los donadores. Ya no fue necesario. No lo alcanzaron. Tampoco pudieron ver a Matilde. Solo dejaban pasar a la esposa y los hijos. Los nietos se quedaron en la sala de espera. Se hicieron algunas llamadas avisando a los parientes y amigos. Ricardo segundo se encargo de la burocracia y el papeleo, manteniendo la entereza todo el tiempo para no mortificar a su madre. Entregaron el cuerpo por la noche para su velacion en la funeraria. Habia mucha gente. Era casi la misma gente que habia asistido a la fiesta de 50 aniversario hacia apenas un mes. Se saludaban con las usuales frases para estas ocasiones: que lastima que nos veamos en estas circunstancias, usualmente no nos vemos tan seguido. Se prometian verse ahora con mas frecuencia, promesa que sabian que no cumplirian pero que es lo correcto decir.
- ¡Valgame Dios, si solo hace un mes fue la fiesta de aniversario, y ahora esto, pobre Matilde!
-Por cierto que fue una bonita fiesta
- Pareciera que Don Ricardo solo queria celebrar en grande su aniversario para irse.
- Como ha de haber querido a Doña Matilde.
Matilde estaba tranquila. Lloraba con sus nietos, lloraba con sus hijos y sobrinos, pero estaba tranquila. Despues de una larga convalecencia, por fin Ricardo estaba descansando. Su resignacion habia empezado.

Al otro dia fue el entierro. Ya no habia terreno en el cementerio municipal, pero Ricardo habia querido que lo enterraran ahí. Insistieron. Esperaron a alguien de más autoridad. Solo consiguieron lugar en la misma fosa de Doña Tula, su madre.

Tanto baile con la nieta de Tula,
tanto baile que me dio calentura.....

Matilde recordo la tonadilla de los versos que cantaba Ricardo cada que miraba llegar a sus nietas. Y penso con cierta ironia: “Ahi esta Doña Tula, tanto peleo a su hijo que ahora por fin ya lo tiene”.
Todos los que le apreciaban le lloraban de diferente manera. Don Ricardo lo propicio asi por la disparidad de su trato con unos y con otros. Su dureza se habia ido disipando con las generaciones. Sus nietos no conocieron ese carácter tan áspero, y si lo conocieron ya no lo tomaron muy en serio. Por eso solo miraban la parte menos tosca de Ricardo y nunca sufrieron por su frialdad. Se acostumbraron a su mal humor y a su seca forma de querer y asi lo amaron. Unos mas, otros menos, unos callada otros inconteniblemente, pero todos ellos lloraron su partida y sufrieron juntos la perdida. El compadre Cuadras dijo unas palabras de despedida. Matilde le entrego un frasco con tierra de Cananea. Tierra rojiza, con cobre. Era tierra de la mina. Tal y como Ricardo lo pidio alguna vez. Vaciaron el frasco sobre el feretro, que quedo muy cerca de la superficie por estar encima del de Doña Tula, su madre. Despues taparon todo con una multitud de flores. La gente se empezo a retirar, poco a poco, despidiendose de la familia y repitiendo sus condolencias, recomendando resignacion y calma. Son necias estas voces que piden resignación, que piden que pare el llanto, que repiten que hay que tomar con naturalidad el ciclo de la vida y la muerte. Para el que sufrió la perdida todo eso sigue perfectamente claro en su mente, solo que en ese momento al corazón no le entra el consuelo razonando y solo quiere llorar y llorar. Es mejor no decir nada y solo dar un calido y largo abrazo. La resignación vendrá, las lagrimas cesaran. Pero no se puede pedir que sea tan pronto. Para la familia de Ricardo fue un día completo llorando juntos. Así lo necesitaban. Despues de un rato miraron a su alrededor y se dieron cuenta que estaban solos, rodeados por lapidas y criptas de diferentes estilos y tamaños. Habia tierra por todas partes pues no era un cementerio moderno de esos que estan cubiertos de pasto y en el que todas las lapidas son iguales, como queriendo despojar de la indiviudalidad hasta este ultimo testimonio de nuestro paso por el mundo.
Ahí siguieron un buen rato Matilde con sus hijos y sus nietos. No querian dejar solo a Ricardo. Era 21 de diciembre. Hacia frio. El viento secaba las lágrimas, dejando la piel ajada por la sal y los ojos irritados por el polvo. Se todo esto porque yo estuve ahi. Lo observe todo detras del cerco de una tumba cercana, tratando de llorar en silencio sin mucho éxito. Yo tambien me quede con Matilde despues de que todos se fueron. Ella es mi abuelita y Don Ricardo era mi abuelo, mi Tata, como todos sus nietos lo llamabamos.

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