sábado, 29 de agosto de 2009

Don Ricardo

Tiempo,
Tanto me acostumbre a ti,
A tenerte a mi lado,
A que fueras mi aliado,
Me convencí que éramos uno,
Necedad de juventud,
Olvide nuestra principal diferencia
Tú eres eterno,
Y efímera es
mi terrenal existencia ….



Otoño de 1991

Don Ricardo se pasaba las horas sentado en la mecedora de la sala. A veces dormido, las mas de las veces con la mirada perdida en la ventana o en la alfombra. Siempre muy quieto, estático, como si fuera parte de la decoración. Ya estaban todos acostumbrados a verlo de esta manera. A el le dolió al principio, pero también tardo poco en acostumbrarse. Los que llegaban de visita, pasaban por la sala y después del breve intercambio de los saludos habituales, preguntaban por su señora, Matilde.
-Buenos días Don Ricardo, ¿Como ha estado?
-Muy bien, gracias.
-Se le ve mejor hoy, que bueno. ¿Y Doña Matilde?
-Allá en la cocina.
-¡Doña Matilde! ¿Como esta? – Con permiso Don Ricardo –
-Ándele
-Matilde, fíjese que pasaba por aquí y pensé que a lo mejor me quería acompañar a la iglesia, va a haber una kermes……
Las voces siempre se alejaban hacia la cocina, donde invariablemente se encontraba Matilde ocupada en algo, ya fuera cocinando, preparando te o café, limpiando los bulgaros del yogurth, bordando algún adorno de Navidad, cociendo alguna bastilla, siempre con la televisión encendida aunque rara vez volteara a verla.
Ricardo aprendió pronto a indicar donde estaba Matilde antes de que preguntaran por ella. Nunca fue de lo más carismático y no iba a empezar ahora que la maldita enfermedad lo condenaba a la inactividad. Su carácter huraño empeoró. Pero Matilde apenas noto su cambio de humor. Ricardo no se había distinguido por ser una ameno charlador.
Aquel día Don Ricardo tuvo la suficiente fuerza para subir a la terraza a pasar la mañana ahí sentado. Cuando el clima era bueno le gustaba ese lugar. Lo prefería a la sala. Podía ver mejor pasar la gente y los autos. Le adormecían los sonidos de la calle, que todavía no era muy transitada a pesar del crecimiento incontrolable de la ciudad esos últimos años. Un agradable vientecillo le recordó el verano de Cananea, su pueblo natal. Las tardes de domingo eran el descanso obligado después de una dura semana de trabajo en la mina. Hacia casi cincuenta años que vivía en Mexicali, pero nunca dejo de pensar con añoranza en Cananea. Ricardo Nevarez Aldana nació el tres de Abril de 1917. Su infancia transcurrió en los difíciles tiempos en que la nación se recuperaba de la Revolución. Desde muy joven dejo la escuela para ir a trabajar en la mina. Su familia tuvo que decidir entre alimentar a sus miembros o educarlos. Una decisión a la que se enfrentaron casi todos en el pueblo por aquellas épocas de recesión. Sin embargo, Ricardo siempre admiro y respeto la buena educación. Se convirtió en autodidacta. Leyó cuanto libro se le atravesó, sobre todo de matemáticas, su materia favorita. Retaba a sus amigos a resolver problemas de estadística y probabilidades y siempre les ganaba. Quizás de ahí surgió su afición por el dinero, que aumento cuando se dio cuenta del poder de la multiplicación. Imaginaba negocios, inversiones y sus dividendos. Pero no era un ser tan arriesgado. Prefería un negocio tranquilo. En cuanto pudiera iba a comprar acciones de la mina y se volvería rico. Todo estas ideas se le venían de repente a la mente mientras azotaba el pico contra el muro de piedra. Soñaba con la posibilidad real de una vida mejor, lejos de ese ambiente oscuro y viciado por el polvo y la humedad. Estaba cansado de ese olor a tierra húmeda, a tierra profunda. No sabia como, pero el saldría de ahí. Tenía que haber una manera de romper con la inercia de la vida en el pueblo. Había dejado la escuela para trabajar, igual que todos, pero el no terminaría sus días subsistiendo con la raquítica pensión de la compañía, gastándosela en médicos que le repararan la salud quebrantada por el mineral penetrado en sus poros, obstruyendo sus pulmones, diluyéndose en su sangre. El no terminaría envejecido antes de tiempo y quejándose de todo. Tampoco correría la suerte de perder la vida en uno de los derrumbes tan frecuentes en la mina. A el no lo sacarían a pedazos, como le ocurriría a José, el hermano de Matilde – que en paz descanse – y a tantos otros desafortunados en 1952. Después de años de conformarse con su situación, por fin creía tener el valor de salir de ahí en la primera oportunidad. Su amigo de toda la vida, Cuadras, y su hermano Esteban ya se habían ido. Eso lo animo. Los seguiría. Se llevaría a su familia y se establecería en otro lugar con más futuro. Ya era hora que pensara en sus niños.
Algunos jóvenes del pueblo se fueron para cruzar la frontera del norte y trabajar en los campos “del otro lado”. Les pagaban en dólares y les iba muy bien. Lo intentaría mientras conseguía algo más estable. También tenia la opción de quedarse en aquel pueblo fronterizo llamado Mexicali, donde el compadre Cuadras había conseguido trabajo en una de las compañías transnacionales.
-Yo no me voy a quedar aquí………..Yo no me voy a quedar aquí………..se repetía Ricardo mientras apretaba los puños de sus manos ásperas y fuertes. Confiaba en ellas. Confiaba en su juventud. Esas manos lo sacarían de ahí.
La bocina de un auto lo saco repentinamente de su letargo. Todavía tenia los puños cerrados . Bajo la vista. Miro sus manos huesudas y pecosas que temblaban mientras la abría. Miro los surcos profundos que le atravesaban la piel. Manos de viejo. Toda su fuerza se había esfumado al igual que aquel joven en la mina. El tiempo era implacable. Ni siquiera se había dado cuenta cuando sus manos dejaron de servirle tan fielmente. ¿Como fue que su cuerpo se había debilitado de esa manera? ¿Como era posible que le pasara desapercibida la mañana que ya no se pudo levantar de la cama sin ayuda? Maldijo al tiempo por su traición, por ir haciendo sus estragos de manera tan silenciosa, tan imperceptible.
– Siempre es lo mismo, sufrimos un deterioro, nos dejan que nos acostumbremos a el, y luego nos mandan otro, hasta dejarnos hechos unos bultos arrugados- pensaba enojado. Volvió a maldecir al tiempo con mas amargura por haberlo llevado al final de su vida a esa rutina insoportable de inutilidad. El había obtenido todo lo que poseía con el trabajo de sus manos. El había construido las casas en las que habían vivido y todos los demás locales que ahora rentaban. Pero hoy se debía resignar a depender de su mujer para las tareas más insignificantes. Ahora todos los días eran iguales para el y nada podía hacer para sacar su vida de esa monotonía. Sus ojos de un apagado verde turbio miraron hacia la calle. El sonido del auto se perdía mientras se alejaba. Volteo hacia la casa, preguntándose donde andaría Matilde. Pensar en la posibilidad de beber un trago de brandy con soda a escondidas de ella, le devolvió un poco el sentido de aventura y le hizo olvidar por completo su rencor por el tiempo. Una leve sonrisa se esbozo en su rostro. En su pueblo los hombres tomaban mezcal casi todos los días al final de la jornada en la mina. Fue hasta que emigro a Mexicali cuando cambio a tomar ron, pero al final prefirió el brandy. A Matilde nunca le había gustado su afición al alcohol, pero no se lo había externado con tanta frecuencia como ahora que estaba enfermo y dependía de sus cuidados. Cuando ella comenzaba con alguno de sus sermones, Ricardo pensaba en otra cosa y sonreía, así Matilde se exasperaba y lo dejaba solo para terminar su cantaleta en otra parte. Así se libraba Ricardo de seguir escuchando improperios contra su muy querido vicio.
El doctor ya le había prohibido terminantemente el alcohol, pero el se las había ingeniado para seguir tomando a escondidas. Solo que ahora se movía más lentamente y con gran esfuerzo. Necesitaba mas tiempo para bajar la escalera, ir hasta la cocina, preparar la cuba, y borrar toda evidencia después de disfrutarla. Y Matilde no había salido hoy. Debía estar seguro de que si ella salía tardaría por lo menos dos horas. Sonrió con más ganas ante la posibilidad real de un trago. Sería cuidadoso, no se permitiría un error como la vez pasada en que todo le estaba saliendo tan bien, que creyó tener tiempo suficiente hasta de prepararse un filete, de esos que también le habían prohibido. Irónicamente, Matilde se había retrasado porque fue a la clínica por los resultados de los análisis de él y por las medicinas. Venía preocupada porque los estudios indicaban que el padecimiento del corazón de Ricardo iba empeorando progresivamente. El doctor le dio indicaciones precisas de alimentación y un reposo absoluto. Volvió a hacer hincapié en eso de "ni una gota de alcohol". Matilde sabía que Ricardo bebía a escondidas y se mortificó aún más. No sabía que hacer. Por más que trataba de hacerle ver a su marido que lo que hacía era en perjuicio de él mismo, éste no lo entendía y últimamente hasta se mofaba de ella cuando intentaba hablarle de esto. No sabiendo que hacer Matilde, le contó todo al doctor. El le concertó una cita a Ricardo con el psicólogo. Un poco más tranquila, pero no menos preocupada, Matilde se dirigió a su casa, sólo para encontrarse a su marido haciendo exactamente lo contrario a lo que le habían indicado. Ricardo no pudo evitar ser descubierto. Estaba deleitándose con sus sabores preferidos, cuando oyó abrirse el cerrojo. Se quedó quieto, mirando como se abría la puerta, con la esperanza de que fuera uno de sus diecisiete nietos, queriendo ignorar el instinto que le indicaba con toda certeza que era Matilde la que iba a entrar. En una fracción de segundo pensó en levantarse y tirar el brandy por el lavabo de la cocina. Sería reprendido solo por el filete. En otra fracción de segundo descartó la idea pues no tenía ni el tiempo ni la agilidad. Y ante lo irremediable, se limitó a mirar a Matilde, sin ninguna excusa, sin ningún argumento, porque aunque busco en los más recóndito de su ser no encontró ni una pizca de arrepentimiento que le sustentara las palabras de disculpa. Matilde estaba furiosa y más decepcionada que nunca. Para sorpresa de Ricardo, ella no estalló en gritos. Se limito a congelarlo con la mirada. Tomó el vaso de brandy y lo vació en el lavabo seguido de la botella completa. Ricardo estaba atónito ante semejante brutalidad contra su preciado tesoro. Supo que su mujer estaba más que enojada. Estaba furiosa. Jamás había hecho algo así. Se quedó mirando como su querido brandy iba desapareciendo por la tubería, deslizándose suavemente como podría estarlo haciendo en su garganta. Pero no. Ahora iba a mezclarse con la inmundicia.
- Ahora si que no tienes remedio - se atrevió a decir Ricardo. Total, era su vida y si ya no tenía el placer de valerse por si mismo, por lo menos deberían dejarlo disfrutar de las cosas que le gustaban. ¿Para que quería vivir tanto si no iba a gozar? ¿No les bastaba que ya hubiera dejado el cigarro? En sus tribulaciones no comprendía la preocupación de su mujer. Matilde le explicó lo de los análisis, lo que le había dicho el doctor, de su sufrimiento, de sus grandes esfuerzos para cuidarlo, para que recuperara la salud, y de que solo miraba ingratitud de parte de él. Ricardo la escuchó inmóvil todavía pensando en su brandy. Quería a Matilde y sabía que le había fallado, pero era tarde para el, no estaba acostumbrado a demostrar arrepentimiento. No era la primera vez que sentía esto. Muchas veces debió haber dicho lo siento. Pero no lo hizo. Una costra de obstinación se le fue formando a lo largo de toda su vida, escondiendo su sensibilidad, su consideración hacia las personas que amaba. Se hizo tan impenetrable con el paso de los años, que ni el mismo reconocía ya esos sentimientos. El tenía siempre que decir la última palabra, no importa que estuviera equivocado. Aunque sabía que esto había enfriado sus relaciones familiares, era más fácil mantenerse aferrado a su postura que mostrar arrepentimiento.
!Ah! !como añoraba un trago! Pero se acordó de nuevo de la botella que Matilde vació en el lavabo. Si Matilde lo volvía a atrapar quién sabe de que sería capaz. Solo una vez aparte de esa ocasión había sentido miedo de hacer enojar a su mujer. El tenía 24. Ella 17. Estaban recién casados y Matilde parecía decepcionada con el matrimonio. El no entendía porque. Todavía vivían en Cananea. Un día que llegó tarde y medio borracho, quizo bromear con Matilde, pero ella ni reparó en el. Sentada muy derecha, con la ceja alzada y la mirada fija en la mesa, no interrumpía su labor. Estaba pelando las papas para la cena.
Uy, si, muy digna!- dijo al fin Ricardo un poco enojado por la indiferencia de Matilde- ¡y si te pego?! ¡Que me haces eh?! - pregunto Ricardo gritándole a Matilde por primera vez, acercándose a ella amenazadoramente, envalentonado por el mezcal.
Matilde volteó y lo miró fijamente a los ojos, alzando una de las cejas aun mas con un gesto muy frío, el cual le daba un aire a María Félix. Dejando de pelar las papas, apuntó con el cuchillo a Ricardo.
-Inténtalo - dijo Matilde tranquila pero con un tono decidido. Ricardo palideció al ver la determinación de Matilde. Ese episodio marcó para siempre la vida conyugal de Matilde y Ricardo, porque a pesar de todos los problemas que tuvieron, la violencia no fue parte de sus vidas. Años después en una de sus pocas conversaciones, Ricardo le confesó a Matilde.
- Me diste miedo Matilde,.. Aquel día que me apuntaste con el cuchillo y me retaste a que te golpeara... de verdad que sí creí que me podías hacer algo-. Matilde solo sonrió al recordarlo. Ella no sabía, ni en aquel momento ni ahora, hasta donde habría llegado.
Sí,- se afirmo Ricardo,- Matilde cuando se enoja es otra mujer. Seguía pensando. Mejor sería descartar la idea de tomar a escondidas hasta estar bien seguro que Matilde se iba a tardar. Con un poco de suerte, cuando llegara del trabajo Hilda, su hija menor, se la llevaba al mercado por la tarde. Con este deseo, se volvió a quedar medio dormido, dejando sus pensamientos para soñar con aquellos tiempos en que era más feliz porque era libre de hacer lo que quería.

Matilde estaba abajo en la cocina leyendo un libro, esperando que terminara el ciclo de la lavadora automática para tender la ropa al sol. Era un día brillante y corría un ligero vientecillo tibio y agradable. Ricardo debe haberse ido a la terraza- pensó. Conocía perfectamente el comportamiento de su marido. Casi cincuenta años a su lado no era para menos
.- ¡Cincuenta años! –Pensó- Arqueó las cejas un poco al suspirar. Arquear las cejas era su gesto característico. Toda la familia estaba muy entusiasmada con el evento. Sus hijos tenían organizada una gran fiesta, con mas de trescientos invitados, entre familia y amigos. Le había parecido mucha gente, pero cuando revisó las listas con sus hijas se dio cuenta que no se podía suprimir la invitación de nadie. - Parece que en cincuenta años se cultivan muchas amistades- aceptó al fin. Al contrario de la familia, Matilde no estaba tan entusiasmada. Miraba cada día más débil a Ricardo. Ya sus hijos habían ofrecido una fiesta formal para su 45 aniversario de bodas porque pensaban, fundados en los diagnósticos del doctor, que quizás su padre no aguantaría llegar a los cincuenta. Pero si había llegado, aunque muy enfermo. Si el día de la fiesta recaía, tendría que guardar cama y temía que sus hijos se desmoralizaran al ver a su padre acostado después de tanto esfuerzo por organizarle su festejo, sabiendo lo mucho que disfrutaba las fiestas. Pero Ricardo sí mostraba mucho interés en la fiesta. Últimamente parecía que era lo único que lo animaba. Genio y figura- pensó Matilde. A Ricardo le encantaban las fiestas. Si lo sabría ella. La cara le cambiaba los días de fiesta, y no solo la cara sino la personalidad completa. Cuando era mas joven, cualquier reunión familiar era convertida en una tremenda fiesta, con mucha comida y por supuesto grandes cantidades de vino, cerveza, vodka y el insustituible brandy. Con su vaso de cuba en la mano, Ricardo podía bailar solo, sonriente, feliz de ver la casa llena. Sus amigos y yernos acompañándolo en la borrachera, los niños corriendo inquietos por la sala. Bullicio por todas partes, la casa alegre, tan diferente de como siempre estaba, callada y sola. Si, Matilde sabía perfectamente lo que le gustaba a Ricardo, lo que lo hacía feliz. El que no parecía conocer lo que la hacía feliz a ella, era el. Cincuenta años a su lado -¡Dios, como pasa el tiempo! -
Sonó de repente la alarma de la lavadora, avisando que el ciclo había terminado. Matilde se levantó a tender la ropa al sol. Tenía un caminar firme y una postura erguida que nunca perdía, no importa lo cansada que estuviera. Esta verticalidad le ayudaba a aparentar mucha menos edad de los casi setenta años que tenia. Tampoco la negrura de su cabello la delataba. Solo tenía unos pocos reflejos plateados, que quiso conservar a pesar de las sugerencias de sus hijas de que se tiñera el pelo. En la gracia de su rostro amable se vislumbraba la gran belleza que fue en la juventud. Tomando el cesto con la ropa húmeda se dirigió al patio trasero.
Matilde se afanaba en mantener la casa y el jardín en orden. Esa era antes y esa era ahora su profesión. Se requería la disciplina combinada con la creatividad para poder atender la infinidad de detalles que el trabajo domestico exige. Matilde fue testigo desde su casa del avance de la ciencia y la tecnología en el mundo. Al principio se resistía al cambio, pero luego su espalda y sus manos le agradecieron a la lavadora automática el librarlas de tallar, a la estufa de gas el no tener que salir con el frio por la leña. Y así, termino por aceptar y agradecer cada nuevo artefacto que le ayudaba a terminar los quehaceres en menos tiempo. Y descubrió que ese tiempo que le sobraba lo podía usar para ella, para leer, para bordar, para hornear un buen pastel, para hacer lo que en verdad le gustaba, para no hacer nada si le venia en gana. De todos modos hubo cosas que no acepto nunca hasta ahora que ya estaba cansada y, por que no decirlo, un poco enfadada de la rutina de la casa. Solo entonces se rindió completamente ante las tendencias modernas: usaba la cafetera eléctrica y compraba el café ya molido y las tortillas de harina ya hechas. Sopas y verduras enlatadas comenzaron a ser parte de su alacena. Pero a pesar de su cansancio, la cocina siempre tuvo un lugar especial en su vida. Matilde convertía esa tarea en una de sus maneras de demostrar cariño. Nadie podía entrar a esa cocina y salir de ahí con el estómago vacío. En épocas de fiesta, como navidad, preparaba galletas y empanadas y las guardaba en trastos en diferentes lugares por toda la cocina. Cuando los niños llegaban (y uno que otro adulto también) lo primero que hacían era buscar por todos esos rincones los deliciosos tesoros de la abuelita.
Matilde no era una mujer débil y sin ambiciones. Simplemente le tocó criarse en una época donde el lugar de la mujer era la casa y la única aspiración era casarse bien y tener hijos. La educación académica salía sobrando. Así pensaba su madre que solo les permitió, a ella y a su hermana, que apenas terminaran la educación primaria. La mayoría de las veces la mujer no tenia poder de opinar ni siquiera en su propio hogar. Los maridos tenían muy poco respeto por las esposas, y las sometían a humillaciones crueles, como el padre de Ricardo, que sin ningún pudor dormía un día con su esposa, Doña Tula la madre de Ricardo, y al otro día con su otra mujer con la que tenia otros hijos y vivían a dos calles de distancia la una de la otra.
Si la situación para la mujer dentro de una casa era difícil, afuera no estaba mejor. Las mujeres no podían desempeñarse en ningún ámbito profesional y las pocas que lo hacían, por necesidad o por gusto, no eran bien vistas por la sociedad, a excepción de las maestras y las enfermeras, ya que la vida fuera de casa las exponía a las tentaciones de la carne y como la mujer es débil, lo común era pensar que todas caían vencidas. Pero Matilde sentía admiración por las mujeres que se habían atrevido a desafiar todo y a todos por perseguir un sueño. Ya empezaba a haber más mujeres en todos los trabajos. El auge industrial de los años treintas y cuarentas empleo mujeres para muchas tareas. A Matilde le parecía triste pensar que allá lejos en otro continente la guerra y la muerte estuviera generando progreso a este país que condenaba a sus mujeres tanto como las santificaba.
En aquel tiempo Matilde no se hubiera imaginado mujeres al frente de empresas en puestos gerenciales, trabajando como ingenieros, doctoras, desempeñando papeles públicos en la política, en la docencia, y en todos los demás campos. Lo miraba hoy a través de sus nietas. Ahora pensaba que le hubiera gustado vivir su juventud en esta época. Admiraba como muchas barreras y tabúes de la sociedad se habían ido disipando. Hubiera querido poder expresarse como se expresaban ahora las mujeres y poder hacer valer muchos derechos que antes se les negaban a todas. Hubiera querido tener la oportunidad de conocer más al hombre con el que se casaría. De ver cuales eran sus gustos, sus aspiraciones, compartir metas juntos, comunicarse en verdad con el. Si tan solo le hubieran dado un poco más de libertad. Tres años de noviazgo no le sirvieron de mucho. Su madre siempre estaba presente cuando Ricardo la visitaba y fueron muy pocas las veces que pudieron hablar a solas. No estaba confundida. Ella trabajo muy duro toda su vida, atendiendo al marido, a los hijos, la casa y la tienda (de abarrotes primero y miscelánea después). Quizás si hubiera tenido elección, volvería a elegir lo mismo. Eran sus dominios, era lo que le gustaba hacer. Solo le hubiera gustado tener la opción de elegir.



La casa donde Matilde se crio era un matriarcado. Doña Alberta, su madre, enviudó joven, cuando Matilde tenía tres años, y nunca se volvió a casar. Pero aunque no hubo una autoridad masculina en la casa, la atmósfera machista era mantenida por Doña Berta. Matilde tenía varios hermanos mayores, Ramón, Cornelio, Valentín, Tiburcio, José y un hermano menor, Manuel a los que ella y su única hermana mayor, Berta atendían fielmente por instrucciones de su madre. Matilde y su hermana Berta se querían mucho, se cuidaban y defendían una a la otra, eran muy unidas y esos lazos cariñosos se estrecharían aun mas con el tiempo. Años después, cuando Berta murió, Matilde nunca se recuperaría totalmente de la perdida de su hermana, su mejor amiga y confidente.
Matilde y Berta se levantaban muy temprano a prepararles el desayuno a sus hermanos, les lavaban la ropa, les planchaban, les tendían la cama y les limpiaban los cuartos. Tenían prohibido dirigirles la palabra si no era estrictamente necesario. Matilde y Berta eran entonces prácticamente las sirvientas.
-Deja de molestar con tus cosas a tu hermano- le decía Doña Berta a Matilde cuando la miraba platicando con alguno de ellos.
Matilde sabía exactamente cuando retirarse de una habitación con una sola mirada de su madre. Doña Berta era una mujer muy estricta y no permitía que las niñas rompieran sus reglas.
Las concesiones a sus hijos eran diferentes. Ellos eran hombres.
Ramón fue el primero en casarse e irse de la casa. -Vaya, menos trabajo- pensó Matilde. Un día de raya, Ramón fue a cenar a la casa de su madre y llevó a Juana, su malhumorada esposa. Aunque Matilde era todavía una niña, notó que las cosas entre ellos no iban bien. Ya para irse, antes de levantarse de la mesa, Ramón tuvo uno de sus escasos gestos de generosidad y le dio unas monedas a Doña Berta. Juana no se contuvo y le reclamó a su esposo:
- Y nosotros que vamos a comer? Mierda?!
- Toma Juana- regreso el dinero Doña Berta, con un duro acento- para que nunca tengas que comerla.
Juana sin sentir pena se embolsó el dinero. Doña Berta se quedo esperando que Ramón tomara partido y le diera la razón a ella, que era su madre. Pero no lo hizo. Y ante la impotencia de no poder dominar a su mujer, Ramón se levantó de la mesa y salió rápidamente de la casa. Pasó la noche en la cantina donde se bebió todo el dinero que traía. De ahí en adelante se perdió en el alcohol. Juana lo correteaba todos los días de pago para poder sacarle algo de dinero, pero el siempre terminaba gastándose todo en la juerga. A Matilde le daba lástima Juana, aunque recordaba aquella noche en que no pudo tener un poco de generosidad con ellas. Pensaba que Juana no tenía estima propia al andar haciendo esos papelitos, rogándole a Ramón que volviera y después haciendo escándalos en las cantinas, buscando pruebas de sus infidelidades para recriminárselas luego. Antes de casarse con Ricardo, Matilde sabía que a el le gustaba tomar con los amigos. Pero realmente no conocía a un hombre normal que no tomara. Después de casarse se dio cuenta que Ricardo le salió parrandero pero tranquilo. El llegaba de la borrachera y se dormía. No le gritaba y mucho menos le pegaba, cosa muy común en aquellos tiempos. Además era muy trabajador.
- Bendito sea Dios- pensó Matilde. Agachó la mirada y se dio cuenta que el cesto todavía estaba lleno con la ropa húmeda. Tenía suspendida la tarea por estar recordando. Se apuró a terminar. Ya era hora de preparar la comida. Quería dejar la casa lista porque al otro día le tocaba ir a la reunión del grupo social de apoyo a parientes de alcohólicos, ALANON. Hacía poco que había empezado a asistir y sentía que le estaban ayudando a sobrellevar la situación con Ricardo. No se había animado a ir hasta aquel día que se encontró a Ricardo tomando brandy y comiendo filete cuando ella había ido al hospital por sus resultados de los análisis. Se sintió tan absurda. Ella venía al borde del llanto por que la vida de su marido se acortaba. Entonces se lo encuentra haciendo exactamente lo que mas daño le hacía. Decepcionada vio como Ricardo no apreciaba los cuidados que ella le daba y decidió empezar a dejarlo por las tardes para dedicarse un poco a ella. Quería volver a hacer las cosas que había dejado por atenderlo a él. Sería un poco egoísta ella también. Además lo necesitaba, se sentía asfixiada. Fue así como empezó otra vez con los estudios bíblicos los jueves por la tarde en la iglesia, los lunes las reuniones con las otras señoras del club, y los viernes el grupo de parientes de alcohólicos. Fue allí donde le tocó oír los relatos más crudos e increíbles de sufrimiento y dolor. Todos los que iban ahí eran los protagonistas de sus propias historias y las compartían con todo el grupo. Era parte de la terapia. Matilde lloró al escucharlos. Mujeres y niños golpeados brutalmente. Padres frustrados por no poder sacar a sus hijos del infierno que vivían. Jóvenes violados por sus propios padres. Se impresionó tanto que agradeció a Dios tener un marido como Ricardo. Se sintió tan apenada de quejarse de su vida. Nunca se lo hubiera imaginado, pero esos casos tan monstruosos, hacían parecer a Ricardo como un hombre con resplandor angelical.
Terminó de tender la ropa y se quedó mirando el cielo tan azul. La imagen de Ricardo con brillo celestial la hizo sonreír. Había llevado una vida difícil al lado de el, llena de sus indiferencias, de sus egoísmos, de sus necedades, de silencios interminables, de una soledad acompañada que a veces le dolía mas que todo lo demás. De no haber sido por el amor de sus hijos quien sabe que hubiera pasado. Ellos le alimentaban el alma y le daban la alegría de estar viva. . Después, cuando llegaron los nietos todo se hizo más fácil aún. Hasta Ricardo se suavizó con esas caritas tiernas. Solo esas luces infantiles fueron capaces de iluminar un poco el cerrado corazón de Ricardo. Mirando en retrospectiva, Matilde se preguntaba que habría sido de ella si aquella tarde en que Ricardo se atrevió a pedirle matrimonio, ella se hubiera negado. Aunque para la época Matilde a sus diecisiete años era ya toda una mujer, no conocía mucho acerca de lo que significaba el casarse. Ricardo le gustaba, pero no estaba segura de si aquello era el verdadero amor. Cuando mucho tiempo después una de sus nietas le preguntó por qué se había casado con Ricardo ella sonrió pícaramente, y contestó que no sabía. En esa sonrisa apareció la joven tímida e inocente, enamorada de aquel apuesto minero de tez morena y ojos verdes, rudo y seco, pero que parecía honesto en sus tratos. Aquella bella joven de piel blanquísima y cabello oscuro, juró ilusionada nunca separarse de su hombre, y serle fiel en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarlo y respetarlo todos los días de su vida........ Pidió a Dios que la perdonara por todas las veces que quiso abandonar a Ricardo. Fue el primer año de matrimonio el más difícil y en ese mismo año, a los quince día de casada para ser precisos, ella había pensado que su matrimonio iba directo al fracaso. Descubrió que no conocía a Ricardo. Ninguna de las impresiones que se pudo haber formado de el en esos tres años de noviazgo era acertada. Al conocer a Ricardo realmente, como solo la convivencia diaria y la intimidad del matrimonio lo permite, sus hábitos, sus indiferencias, sus terquedades, sus desconsideraciones (y para colmo la suegra) la hicieron desilusionarse.
-Paciencia mija-, le decía Doña Berta,- paciencia y mucha prudencia-. El tono duro que su madre había usado para criarla cuando niña, se suavizó para hablarle y aconsejarla de mujer a mujer. Pero a pesar de toda la paciencia y prudencia que pudo tener, la idea de dejar a Ricardo la seguía asaltando. A veces su deseo de dejarlo era tan grande que no le importaba lo que diría el pueblo entero cuando supiera que se quería divorciar. Pero nunca lo hizo. Quizás dejarlo seria desleal, deshonesto. A veces le daba miedo. Quizás no podría salir adelante sola con los niños. Ellos necesitaban un padre. Quizás en el fondo de su corazón, ni la indiferencia ni las decepciones pudieron borrar completamente el amor que había sentido por él. Si no, ¿Como se explicaba haber pasado casi cincuenta años al lado de el? Que dura prueba había sido. Siempre lo respetó y lo atendió. Nunca en su mesa faltó un plato de comida servida y la casa siempre estuvo limpia. Lo apoyó en los más ridículos proyectos y dejó que se llevara el mérito por algunos buenos proyectos de ella. ¿Qué era lo que la había hecho pasar toda una vida a un lado de este hombre tosco y terriblemente egoísta? Algo la tenía que haber atado a él y hacerla desistir de la idea de criar sola a sus hijos. Tenía que ser por fuerza amor. Solo el amor absuelve de esa manera y es capaz de encontrar consuelo para un corazón decepcionado. Solo un caudal de amor como el de Matilde, era capaz de sobrellevar las penas con esa entereza. Por que el amor generoso de ella era exactamente el complemento de aquel amor opaco que a Ricardo se le dificultaba tanto expresar. Parecía que juntos formaban, por el contraste tan profundo, un extraño equilibrio. Ricardo y Matilde necesitaban dolorosamente uno del otro. Aunque la vida no les iba a alcanzar para entenderlo. Los abismos entre los dos eran gigantescos. Solo al presentir cercana la muerte, Ricardo se aferró a esa coexistencia, y al darse cuenta que necesitaba a Matilde cerca de el, no permitió que nadie más lo atendiera. Matilde se sentía cansada, pero no dejó de darle todos los cuidados que necesitaba.
....En la salud y en la enfermedad, recordó Matilde, todos los días de mi vida..... después de todo, en 50 años no había faltado al sacramento. Volteó a mirar la cocina y alcanzó a ver el reloj en la pared. Ya era hora de la medicina de Ricardo. Entró a la casa y dejó el cesto vacío en el cuarto de lavar. – ¡Ricardo, ya es hora de tu medicina! - gritó Matilde desde abajo de la escalera. ¡ Vas a bajar?!.......

Ricardo abrió un poco los ojos al oír a Matilde llamándolo. El sol estaba en lo alto. Debía ser mediodía.
- Ya voy, ya voy! contestó sin esforzarse mucho para que Matilde lo oyera. Era buena idea bajar para ver la televisión. Después de las noticias, empezaba la barra de telenovelas. Sin darse, cuenta se había aficionado a estos melodramas de historias trilladas. Aunque lo negaba rotundamente, incluso ante Matilde. Sin embargo, tarde tras tarde seguía las intrigas y pasiones ficticias, los sufrimientos y pesares ajenos que lo tenían cautivado. Se sentía un poco avergonzado de si mismo por esto. ¡Perder el tiempo de esa manera!. Nunca en su juventud hubiera hecho algo así. Pero después pensaba que si no era de ese modo, de alguna otra forma tendría que pasar el tiempo. Además ya estaba muy grande y podía hacer lo que se le viniera en gana.
- Ultimadamente, me gusta verlas y que!- se alentó a sí mismo. Lenta y pesadamente comenzó a bajar la escalera.
Esa tarde, después de la comida, Ricardo se quejó de un dolor en el vientre, y empezó a toser más fuerte. Matilde le preparo un té y le dio la medicina de la tarde, pero no pareció mejorar. Ya no tuvo fuerzas para subir a la recamara, así que Matilde bajó mantas y sábanas y desdobló el sofá-cama del cuarto de televisión. Ricardo tardó en quedarse dormido. Le vinieron más accesos de tos y tenía dificultad para respirar. Hasta que la tos cedió, Matilde logró descansar un rato a su lado. Pero en la madrugada Ricardo comenzó a hablar dormido.
- Déjame! Suéltame! Hijo de la chingada! no voy! Suéltame! No voy a entrar! suéltame cabrón! -.
Su respiración se volvió agitada, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo. Sus voz se tornó angustiada. Matilde lo tomó suavemente del brazo - Ricardo, despierta, tienes una pesadilla-.
Ricardo abrió los ojos y los mantuvo así un momento sin reaccionar, como para asegurarse que el estar en su cama acostado era la realidad, que lo otro había sido efectivamente una mentira. Una pesadilla como dijo Matilde.
- Que bueno que me despertaste.
- Si Ricardo, ahora cálmate, no te puedes agitar, relájate y vuélvete a dormir, yo estoy aquí - le dijo Matilde sin soltarle el brazo. Ricardo se tranquilizó y después de un rato se volvió a dormir. Matilde se quedó a su lado. Para ella la escena era familiar. Conocía bien los terrores nocturnos de su marido porque cada noche desde hacía casi cincuenta años la misma pesadilla lo atormentaba. Alguien o algo lo atrapaba por las piernas y lo arrastraba violentamente por un piso arcilloso y húmedo hacia una cueva. Siempre era lo mismo, la misma lucha por evitarlo. Era algo muy arraigado en el, un miedo del que no se pudo sobreponer. Hablaron algunas veces sobre esto. Matilde le decía que olvidara lo que hubiera sido que le afectaba, que ya todo había quedado atrás. Ahora tenían una vida mejor. Ricardo la oía callado, fijando sus ojos en ella, asintiendo, deseando que esta vez fuera cierto que con solo asentir no volvería a soñar así. Pero no pudo liberarse de ese miedo. Matilde solo supo que le venía persiguiendo desde la infancia y lo único que hizo cada noche, fue rescatarlo de su pesadilla, tomándolo suavemente del brazo para despertarlo y mantenerlo así hasta que se volviera a dormir.
Al otro día Matilde le habló al médico para que fuera a ver a Ricardo. Llegó al poco rato y después de examinarlo le hizo algunas indicaciones. Debía guardar cama por unos días, tomar otras medicinas porque había contraído una infección en la garganta, y ya debía empezar a arroparse más pues no tardaba en entrar el invierno. Lo de la molestia en el bajo vientre requería unos estudios y le puso una cita para el día siguiente. Todo esto fue escuchado atentamente por Matilde mientras Ricardo también atentamente miraba la televisión ignorando completamente al doctor.
- Gracias doctor- Matilde lo acompañó hacia la puerta.
- En tres días vuelvo a revisarlo, ya que estén los análisis. Hábleme si nota algo raro - dijo el doctor.
Matilde cerró la puerta, sintiéndose un poco preocupada. Aunque pensándolo bien el doctor no había sido tan drástico como otras veces. Seguro que a Ricardo solo le faltaba descansar. El ajetreo de la fiesta podría estarle afectando. O quizás se estaba desanimando. Había una posibilidad de que estuviera actuando. A el le encantaba hacerle al teatrito. Ah! pero el día de su aniversario, si era necesario vestir a Ricardo desde la mañana, lo haría, no importa que se pasara todo el día con el frak. No era justo para toda la familia que por un capricho de Ricardo se arruinara la fiesta que con tanto esfuerzo los hijos le estaban preparando. Pero descartó esta idea de inmediato. Ricardo se mostraba muy animado cuando escuchaba hablar de la fiesta. Se notaba que de verdad deseaba estar ahí. Lo cuidaría muy bien para que no tuviera mas problemas y se sintiera fuerte para el evento. Esta vez ella estaba segura que Ricardo no estaba fingiendo, no como otras tantas veces.
Cuando Ricardo se empezó a debilitar, primero lo tomó con calma, pensando que era algo pasajero. Pero el tiempo pasó y nunca se repuso. Todo lo contrario. Entonces el doctor le fue prohibiendo hacer y comer las cosas que le gustaban. Ricardo comenzó a ponerse de muy mal humor. Por fin se le recetó reposo absoluto. Y como un niño al que se le dice !estate quieto!, Ricardo se resistió hasta que una mañana ya no se pudo levantar sin que Matilde le ayudara.
- ¡Maldición!- exclamaba cada mañana – Me he vuelto un viejo decrépito.
La casa necesitaba unas reparaciones pero Ricardo no dejó que Matilde contratara a nadie.
- Yo los voy a hacer cuando me sienta mejor- decía.
-Pero Ricardo, estos arreglos se tienen que hacer ya- decía Matilde.
- Que yo los voy a hacer, te digo!.
Y cuando al fin se dió por vencido, fingió no enterarse que Matilde había contratado a alguien. Cuando los trabajos estuvieron terminados se desquitó criticando todo, no importa lo bien que hubiera quedado. Por supuesto, el hubiera podido hacer mejor el trabajo.
- Mira nomás como dejaron esto Matilde, es un robo lo que te cobraron!.
Después de la crisis por su inactividad, Ricardo pareció conformarse con su suerte e inventó sus propios juegos. A pesar de todo, estar enfermo tenía sus ventajas. Por ejemplo, no tenía que ir a ningún lado si no quería. Antes no se podía zafar. Ahora sí. Simplemente fingía un ataque de tos o se quejaba del pecho. Matilde le avisaba siempre con mucha anticipación la hora en que debía estar listo. Cosa que era inútil si Ricardo no quería salir. Fingía demencia senil, perdiendo el tiempo en naderías. Matilde lo reprendía y lo apuraba. Luego Ricardo se quedaba dormido en calzoncillos, sentado al borde de la cama con los pantalones a las rodillas. Matilde lo despertaba y lo reprendía una vez más, enojada de ver el retraso. Entonces Ricardo armaba un berrinche diciendo que no encontraba los zapatos que le venían al traje.
-Ponte otros- le decía Matilde.
- No, esos son los zapatos que le vienen al traje.
Matilde dejaba su arreglo para buscar los dichosos zapatos. Al encontrarlos y llevárselos, Ricardo estaba viendo la televisión completamente enajenado, sin importarle lo apurada que estuviera ella. Para entonces lograba llevar a Matilde a un estado de desesperación que ella no recordaba haber sentido ni siquiera cuando tenía que arreglar al mismo tiempo a sus cuatro hijos cuando estaban pequeños. Tiempo después se dio cuenta que solo cuando Ricardo no quería salir era cuando hacía su actuación. Porque los domingos sin falta, y sin necesidad de preámbulos, Ricardo se levantaba tempranito, aunque se hubiera quejado todo el sábado de dolor en el pecho . Se bañaba sin ayuda. Se arreglaba cuidadosamente. Casualmente encontraba todos sus accesorios en su lugar. Para las nueve de la mañana ya estaba listo, peinado con esmero y hasta perfumado. Bajaba con mucho esfuerzo pero silbando alegremente. Y Matilde confundida no podía creer que este hombre era su marido, que el día anterior le había contestado su pregunta de ¿Cómo te sientes Ricardo? Con un ¡Estoy muerto, ¿que no ves?! El primer nieto que llegara a desayunar, como acostumbraban todos los domingos, era el asignado por Ricardo para llevarlo a su sesión dominical con los señores del club de dominó. De verdad que Matilde estaba asombrada de lo mañoso que era su marido y a veces se enojaba de ser ella la única que se daba cuenta, porque para los demás, todo esto eran graciosadas del abuelito, del tata, y a veces hasta se las festejaban.
Sin embargo ahora Ricardo debía estar mal de verdad. Habían pasado mas de tres domingos sin que se alborotara para salir. Matilde se dirigió a la estancia después de despedir al doctor. Miró a Ricardo muy quieto frente a la televisión. Su figura pequeña y cansada se perdía entre las mantas. No se parecía en nada al hombre robusto de las fotografías que colgaban de las paredes. Miró la foto de su boda y la de ellos dos con sus hijos pequeños, todas en blanco y negro. Miró un poco más abajo. Ahí estaban las fotos de las bodas de sus cuatro hijos. Volteó a ver la otra pared. De ella colgaban las fotos de toda la familia cada cinco años. Había nueve de estas fotos y en cada una de ellas se miraba más gente. Pronto serían diez fotos. En la última ya no había niños. Sus nietos habían crecido muy rápido para su gusto.
- Bendito sea Dios- pensó y rezo porque se le concediera conocer biznietos ya que algunos de sus nietos más grandes llegarían pronto a la edad de querer casarse.
En todas las fotografías, Matilde se miraba ligeramente más alta que Ricardo. Eran de las misma estatura, pero la postura erguida de Matilde y la figura cada vez mas encorvada de Ricardo, la hacía lucir mas alta que el. Matilde suspiró y se acercó a Ricardo extrañamente relajada después de mirar las fotos. Lo acomodó bien en la cama y lo arropó. Primero Dios, todo va a salir bien, pensó. Ricardo se dejó acomodar como un niño pequeño y se durmió inmediatamente bajo los efectos del medicamento de la noche.
Por la mañana Matilde preparó té y un platón de frutas con yogurth. Separó las cáscaras de la fruta en una bolsa de plástico para luego enterrarlas entre la tierra del jardín. Así sus plantas crecían lozanas con el abono. Lavó el envase plástico del yogurth y lo guardó en un gabinete junto con más de veinte envases del mismo tipo. Le gustaba aprovechar las cosas o regalarlas a quien las pudiera usar. No se podía confundir esto con la manía de Ricardo, ya que el tenía una idea muy diferente de lo que es el ahorro. A veces, este rallaba en lo absurdo y perdía la noción real de lo que era la economía.
Ricardo recogía todo lo que podía serle útil después. Y lo que no, también. Tenía una cochera que nunca se uso para meter el automóvil. No cabía debido a la gran cantidad de cosas que se guardaron ahí en el mas completo desorden, con la idea de usarse después.
Matilde acomodo a Ricardo para que comiera en la cama. Mientras preparaba la charola con el desayuno, Matilde miraba por la ventana la casa de al lado. Hacia poco que la dueña había fallecido y ahora una pareja joven la ocupaba y la estaban remodelando. Al ver el movimiento de los albañiles Matilde recordó una vez que Ricardo le pago a uno de sus trabajadores para que enderezara los clavos que habían quitado de una de sus departamentos en construcción. Y también de como cuando demolieron una de las habitaciones, el mismo se encargo de cincelar el cemento que unía los adobes para recuperarlos y poderlos usar en la nueva construcción. Nadie entendía su razonamiento, porque un kilo de clavos nuevos costaba menos que pagarle a alguien para que enderezara unos viejos. Y el tiempo y trabajo invertidos en recuperar los adobes usados costaba más caro que comprar adobe nuevo. Pero para Ricardo, tenia mas significado recuperar la materia prima, no importa si había que pagar por enderezar clavos usados, lo que importaba era recuperar el recurso mineral. Si lo desechaba, ¿quien se haría responsable de eso?, tanto trabajo desde sacar el mineral de la mina, hasta fabricar el clavo, para terminar tirándolo. Si algo se pudiera utilizar de nuevo, el no lo iba a desechar. Claro que no! por el no iba a quedar!
Matilde criticaba a Ricardo por esto. Pero con el paso de los años juntos, algunos de ellos de abundancia, algunos de carestías, ella termino por sucumbir a la manía, aunque en un grado mucho menor que Ricardo, cediendo a la obsesión de guardar todo lo que se pudiera usar después. Matilde se sorprendía frecuentemente levantando un simple clavo para guardárselo a Ricardo en su "almacén".
Esa mañana, Ricardo comió el desayuno tranquilo, aunque muy poco.
– Termínate todo Ricardo por favor – le dijo Matilde.
-Ya me llene – contesto Ricardo.
-Panza de oro – le dijo Matilde logrando hacer sonreír a Ricardo.
Ricardo también tenía otra costumbre arraigada. Se comía absolutamente todo del plato que le pusieran enfrente. Cuando niño era frecuente para el sentir ese ardor del estomago vacio, ese retorcijón de tripas haciendo ruido pidiendo algo de comer. Su padre los dejaba mucho tiempo a su suerte y a su madre sola no le alcanzaba para darles de comer a 14 niños inquietos. Ricardo le tenia miedo a los golpes de su padre, pero le tenia mas miedo al hambre, así que, sin favorecer ningún bando, se le pego a su padre en una de esas ocasiones en que regreso al pueblo y a pesar de los coscorrones y empujones y los gritos que a el le parecían mas ladridos, se convirtió en su fiel sirviente. Le hacia los mandados a el y a la otra mujer con la que también dormía. A ella le daba lastima el niño y a veces le daba de comer. Se hizo aliado del enemigo. Su madre estaba molesta por esto, pero lo aceptaba resignada con tal que el comiera. Cuando el padre de Ricardo desaparecía, de todos modos seguía haciéndole los mandados a su otra mujer. Así cuando regresaba no lo trataba tan mal. Su padre termino por apreciar la conveniencia de un mozo y acepto tener a Ricardo cerca. Aunque nunca le hablaba más que para darle ordenes, esto fue lo que mas se acerco a la relación y el cariño que se pueden tener un padre y un hijo.
El pasar hambres tan joven le enseñó a Ricardo a nunca despreciar una invitación a comer, a comer de buen agrado cualquier cosa que le prepararan y a prácticamente limpiar el plato de la comida. Don Ricardo no calificaba las fiestas de acuerdo al ambiente o al baile sino a la abundancia de comida que se servia. Y así acostumbró a sus hijos también. Ellos nunca pasaron hambres, pero Ricardo se encargó de transmitirles el respeto y la gratitud a Dios por la comida, y que se demuestra al no dejar nada sobre el plato. Alrededor de la mesa servida, con los ojos muy abiertos y cabizbajos, los niños escuchaban a Ricardo sentado en la cabecera
-Panzas de oro! nunca se le hace mala cara a la comida! nunca se pregunta ¿Qué hay de comer mamá? - remedaba con voz chillona y torciendo la boca- ¡Se sienta uno y ya! Se come uno absolutamente todo. Agradezcan que haya que comer. Aquí no es restaurante! Ahora, empiecen a comer y pobre de aquel que deje algo en el plato porque es pecado.-
Diario les daba el sermón, que se fue arraigando igual a sus cuatro hijos que a el mismo, aunque mas por inducción que por convicción. Los cuatro hijos de Ricardo quisieron transmitir la costumbre a sus propios hijos. Pero no lo hicieron con la misma fuerza de su padre, así que no tuvieron tanto éxito y los nietos de Ricardo fueron unos panzas de oro cualquiera, de esos niños que no se comen las habas, ni las lentejas ni las espinacas, mucho menos el hígado encebollado. Entonces los hijos de Ricardo terminaban por comer ellos mismos las sobras de comida de sus hijos, para evitarse el remordimiento que les causaba el tener que tirar la comida.
- Ahora yo soy el panza de oro – dijo sonriendo Ricardo, resignado a no acabarse su desayuno.
- Si – dijo Matilde- recogiendo la charola de la cama para empezar a lavar los trastes.

Ya caída la tarde Matilde saco su estuche de bordado. Tenia pendiente terminar el calendario de diciembre. Era un simple calendario rojo de fieltro, pero ella lo transformo completamente. Bordó cada cuadro de los días del mes con dorado, verde y blanco logrando un efecto primoroso. Ella, al igual que Ricardo disfrutaba enormemente las festividades. Lo más especial era que toda la familia se reunía. Solo eran dos ocasiones al año en las que pasaba eso. Su aniversario de bodas y navidad. Los días de las madres y sus cumpleaños también se juntaban, pero a veces los que vivían fuera no podían venir. Pero en Navidad era diferente. Además del significado espiritual, para ella era la temporada de sus ilusiones cumplidas: ver a todos sus hijos y nietos juntos otra vez. Matilde empezaba a bordad desde mediados de año, no importa que ya tuviera adornos para todo, incluyendo la tapa de el sanitario. A los mismos adornos les agregaba más lentejuela y pedrería. La intención era preparar el ambiente para esas épocas tan importantes. Y ni hablar de la comida, Matilde se esmeraba más que nunca en la cena de navidad. Todos los miembros de esa familia recuerdan haber pasado su más hermosa e inolvidable navidad en esa casa, gracias a los empeños de Matilde. Los niños se transportaban a otros mundos fantásticos en ese interminable escenario de fantasía y color, se convertían en astronautas o piratas, en sirenas o princesas, todo al pie de ese gran árbol adornado con figuras multicolores de madera y esferas brillantes. Matilde era feliz con toda esta algarabía, al igual que Ricardo. Le pareció estar mirando otra vez luces del árbol titilando sobre las caritas infantiles de sus nietos, chorreadas de tanto comer pastel de dátil y chocolate caliente. Pero no era el árbol de navidad, sino las luces de la televisión con sus imágenes cambiantes las que producían ese efecto sobre la cara de Ricardo dormido. Matilde comenzó a guardar su bordado, reconfortada por los recuerdos. Mañana seria otro día.

lunes, 24 de agosto de 2009

La Navidad

Toda la familia se quedo los siguientes días después del entierro. Solo faltaban tres días para Navidad. Le ayudaron a Matilde a preparar la casa que no se había adornado porque hacia un mes que se la vivía en el hospital. Como siempre, pasamos juntos la Noche Buena en casa de Matilde. Tuvimos que enfrentarnos muy rápido a la primera Navidad sin el Tata. Pero toda la familia tenía el ánimo sosegado. Prendimos velas y recordamos con sonrisas otras navidades. Parecía que Don Ricardo estaba sentado escuchando desde su acostumbrado rincón. Nos reímos a carcajadas con sus anécdotas.
- ¿Recuerdan como una vez no quiso rentar uno de los departamentos a unas señoras porque dijo que estaban muy feas?
- Si ¡que ocurrencia!
- O como aquella vez que lo encontré trepado en el cuarto hojeando unos “Play boys”, ¡con que no se podía mover el viejito, eh!
- A mi me mandaba a poner el dedo en el congelador porque decía que usaba en exceso el control remoto de la tele.
También recordamos su silbido muy particular que ahora ha sido adoptado por algunos de sus nietos para llamar a sus propios hijos.

Esa noche no hubo más llantos. Era como si el día que lo enterramos nunca hubiera sucedido, como si hubiera sido un sueño colectivo. Así tan lejano se sentía el dolor, ya no agudo y mordaz, sino disipado y tranquilo. Nuestra resinación fue rápida porque sabíamos lo mucho que había sufrido el Tata durante todos esos años de convalecencia. Sabíamos que estaba mejor ahora. Ahora Matilde lo recuerda en cada conversación. Reniega de su carácter, y nos hace reír con sus historias. Historias que salieron hasta que murió. Porque en vida de Ricardo, Matilde hablaba del el con mucho recato. Así separados, parecen haber encontrado el equilibrio y la armonía en su relación. Uno ya no puede lastimar ni el otro dejarse herir. Matilde sobrelleva su viudez con mucha serenidad. No ha querido mudarse a casa de ninguno de sus hijos a pesar de la insistencia de estos. Siempre ha sido muy independiente y no quiere dar molestias a los demás. Ha viajado en camión por todo el país, en peregrinaciones religiosas junto con un grupo fieles, siempre acompañados por el Padre de la Iglesia. Trata de pasar la mayor parte del verano en Tijuana o Ensenada. El calor ya la agobia demasiado. Sigue cuidando de su casa, pero lo hace con menos presión. Contrato a una señora para que le ayude a limpiar. Se llama Abigail y se han hecho buenas amigas. No reniega de la soledad porque en cierto modo es voluntaria, y disfruta mucho su casa. Aunque es realmente poco el tiempo que esta sola. Siempre hay gente entrando y saliendo de esa casa. Seguimos pasando las navidades juntos y para Matilde sigue siendo su época favorita del año.

Don Ricardo y Matilde eran juntos unos solidos pilares que mantenían unida a la familia. Ahora ella ha cobrado la fuerza para sostenernos sola a todos. Parece no percatarse de su papel tan importante porque lo hace con toda naturalidad, tan fácil fluye su amor para todo el mundo.

martes, 18 de agosto de 2009

El funeral, Diciembre de 1991

Alguien habia avisado una noche antes a la familia de Tijuana y Ensenada que Ricardo tenia una crisis, nada de alarmarse, solo que probablemente necesitaria sangre. Al otro dia por la mañana llegaron los donadores. Ya no fue necesario. No lo alcanzaron. Tampoco pudieron ver a Matilde. Solo dejaban pasar a la esposa y los hijos. Los nietos se quedaron en la sala de espera. Se hicieron algunas llamadas avisando a los parientes y amigos. Ricardo segundo se encargo de la burocracia y el papeleo, manteniendo la entereza todo el tiempo para no mortificar a su madre. Entregaron el cuerpo por la noche para su velacion en la funeraria. Habia mucha gente. Era casi la misma gente que habia asistido a la fiesta de 50 aniversario hacia apenas un mes. Se saludaban con las usuales frases para estas ocasiones: que lastima que nos veamos en estas circunstancias, usualmente no nos vemos tan seguido. Se prometian verse ahora con mas frecuencia, promesa que sabian que no cumplirian pero que es lo correcto decir.
- ¡Valgame Dios, si solo hace un mes fue la fiesta de aniversario, y ahora esto, pobre Matilde!
-Por cierto que fue una bonita fiesta
- Pareciera que Don Ricardo solo queria celebrar en grande su aniversario para irse.
- Como ha de haber querido a Doña Matilde.
Matilde estaba tranquila. Lloraba con sus nietos, lloraba con sus hijos y sobrinos, pero estaba tranquila. Despues de una larga convalecencia, por fin Ricardo estaba descansando. Su resignacion habia empezado.

Al otro dia fue el entierro. Ya no habia terreno en el cementerio municipal, pero Ricardo habia querido que lo enterraran ahí. Insistieron. Esperaron a alguien de más autoridad. Solo consiguieron lugar en la misma fosa de Doña Tula, su madre.

Tanto baile con la nieta de Tula,
tanto baile que me dio calentura.....

Matilde recordo la tonadilla de los versos que cantaba Ricardo cada que miraba llegar a sus nietas. Y penso con cierta ironia: “Ahi esta Doña Tula, tanto peleo a su hijo que ahora por fin ya lo tiene”.
Todos los que le apreciaban le lloraban de diferente manera. Don Ricardo lo propicio asi por la disparidad de su trato con unos y con otros. Su dureza se habia ido disipando con las generaciones. Sus nietos no conocieron ese carácter tan áspero, y si lo conocieron ya no lo tomaron muy en serio. Por eso solo miraban la parte menos tosca de Ricardo y nunca sufrieron por su frialdad. Se acostumbraron a su mal humor y a su seca forma de querer y asi lo amaron. Unos mas, otros menos, unos callada otros inconteniblemente, pero todos ellos lloraron su partida y sufrieron juntos la perdida. El compadre Cuadras dijo unas palabras de despedida. Matilde le entrego un frasco con tierra de Cananea. Tierra rojiza, con cobre. Era tierra de la mina. Tal y como Ricardo lo pidio alguna vez. Vaciaron el frasco sobre el feretro, que quedo muy cerca de la superficie por estar encima del de Doña Tula, su madre. Despues taparon todo con una multitud de flores. La gente se empezo a retirar, poco a poco, despidiendose de la familia y repitiendo sus condolencias, recomendando resignacion y calma. Son necias estas voces que piden resignación, que piden que pare el llanto, que repiten que hay que tomar con naturalidad el ciclo de la vida y la muerte. Para el que sufrió la perdida todo eso sigue perfectamente claro en su mente, solo que en ese momento al corazón no le entra el consuelo razonando y solo quiere llorar y llorar. Es mejor no decir nada y solo dar un calido y largo abrazo. La resignación vendrá, las lagrimas cesaran. Pero no se puede pedir que sea tan pronto. Para la familia de Ricardo fue un día completo llorando juntos. Así lo necesitaban. Despues de un rato miraron a su alrededor y se dieron cuenta que estaban solos, rodeados por lapidas y criptas de diferentes estilos y tamaños. Habia tierra por todas partes pues no era un cementerio moderno de esos que estan cubiertos de pasto y en el que todas las lapidas son iguales, como queriendo despojar de la indiviudalidad hasta este ultimo testimonio de nuestro paso por el mundo.
Ahí siguieron un buen rato Matilde con sus hijos y sus nietos. No querian dejar solo a Ricardo. Era 21 de diciembre. Hacia frio. El viento secaba las lágrimas, dejando la piel ajada por la sal y los ojos irritados por el polvo. Se todo esto porque yo estuve ahi. Lo observe todo detras del cerco de una tumba cercana, tratando de llorar en silencio sin mucho éxito. Yo tambien me quede con Matilde despues de que todos se fueron. Ella es mi abuelita y Don Ricardo era mi abuelo, mi Tata, como todos sus nietos lo llamabamos.

domingo, 16 de agosto de 2009

Las Bodas de Oro, Noviembre de 1991

Despues de la recaida de octubre, la salud de Ricardo permanecio estable. Solo faltaba una semana para la gran fiesta. Sus hijas que vivian fuera llegaron unos dias antes para afinar detalles y ayudarle a Matilde y a sus otros hermanos. La casa estaba llena de actividad y esto reanimo a Ricardo. Era finales de Noviembre y las noches ya empezaban a ser frias, pero la estufa estaba siempre encendida y habia calor dentro de la casa. Los nietos comenzaron a llegar. Algunos estaban estudiando la universidad fuera de la ciudad. Ya no habia niños pequeños entre ellos, los más jovenes eran adolescentes. Ricardo seguia presionandolos porque queria que uno de ellos fuera doctor, pero a ninguno le atraia esa idea. Llego a discutir acaloradamente con ellos por esto, pero esta sangre nueva tenia unas ideas muy diferentes y bien plantadas y no convencio a ninguno. A pesar de todo, Ricardo se sintio feliz de verlos a todos juntos.
Llego el gran dia. Habia amanecido ventoso, pero no importaba porque la recepcion seria en un salon cerrado. Matilde ayudo a Ricardo a arreglarse. Le puso un tuxedo negro muy elegante con corbata de moño tambien negra que se habia comprado especialmente para la ocasion. Para salir a la misa, Matilde lo abrigo muy bien. Durante la misa Ricardo no se sintio mal, pero se fatigo por todas la veces que se tuvo que parar, sentar e hincar, como es una misa normal. Miro a Matilde. Ella lucia un traje estilo tunica muy elegante color hueso, de falda y blusa profusamente bordado de cristales que resplandecia con la luz. Una de sus nietas la maquillo y la llevaron a peinarse a un salon. Se miraba radiante, hermosa, fuerte. Como siempre, iba muy erguida y con paso firme entro a la iglesia del brazo de Ricardo. Se miraba mas alta que el. El incluso se apoyaba en ella para caminar, encorvado y debil. Cuando termino la misa se sintio agradecido. Queria llegar al salon ya para ver a todos sus amigos. Cuando llegaron, ya estaban todos los invitados ahi y al entrar, todos se pusieron de pie para darles una calurosa ovacion. Las bodas de oro no son muy frecuentes en estos tiempos, decian todos pensando en las alarmantes estadisticas acutales en el que el 50% de los matrimonios terminan en divorcio.
Ricardo y Matilde caminaron atravezando la pista de baile mientras la gente aplaudia. Eran amistades de toda la vida, parientes muy queridos que vinieron desde muy lejos para acompañarlos. No habia nadie alli que no apreciara de verdad a la pareja. Ricardo siguio caminando con esfuerzo, aferrado al brazo de Matilde y con la cara radiante levanto el puño en señal de victoria.
- Lo logré - se decia a si mismo – Llegué.
Su corazon agitado se sentia feliz, aunque no sabia exactamente que era lo que lo habia mantenido con vida despues de que varias veces durante los ultimos cinco años creia que no viviria lo sufiente para esta fecha. Volteo a ver a Matilde. Parecia ayer cuando la miro de blanco junto a el en el altar, su piel blanca y finisima, sus cabellos largos y negros, sus ojos radiantes. Le habia parecido increible que al fin ella lo hubiera aceptado para casarse con el. Su sueño se habia hecho realidad. Recordar aquella emocion tan pura le trajo una calida sensacion. Se sintio joven de nuevo. Se volveria a casar con Matilde si se pudiera repetir la historia. Y despues agradecio que no se pudiera repetir, porque no estaba tan seguro de que Matilde se quisiera volver a casar con el. Pero, ¿que importaba ya? Se habia salido con la suya. Y ahora despues de cincuenta años, habian renovado votos matrimoniales en el altar.
El salon lucia precioso. Matilde se sorprendio de todos los detalles que sus hijas habian cuidado y recordó con cuanto esmero ella les habia preparado las bodas a sus cuatro hijos. Habia flores en las mesas, motivos dorados por todas partes, globos y un pastel enorme. Hasta las nietas iban vestidas de dorado. Como recuerdo a los invitados se regalaron alajeros blancos adornados con un par de palomas doradas.
Hubo mucho baile, mucha bebida y mucha comida, todo cuanto podia complacer a Don Ricardo. Todos bailaron sin parar hasta el amancer. Afuera estaba frio y lloviendo, pero nadie dentro de la recepcion se dio cuenta hasta que la fiesta termino y los meseros empezaron a retirar los manteles. Aun asi nadie queria despedirse, era mucha familia que tenia pocas oportunidades de verse asi todos juntos. Habia sido una noche magica para todos.
Matilde y sus hijos estaban exhaustos. Pero estaban felices de que todo hubiera salido tan bien. Ricardo permanecio sentado hasta que el ultimo invitado se despidio. Daba la impresion que de un momento a otro se desmayaria de lo debil que se miraba. Cuando llegaron a la casa se durmio inmediatamente pero tosio toda la noche. Paso una semana muy dificil con frecuentes visitas del medico. Nadie se alarmo. Estaban acostumbrados a sus recaidas. Tampoco se alarmaron cuando tuvieron que internarlo. No era la primera vez. Pero Matilde no les dijo que esta vez no era por el corazon, sino porque habia empezado a orinar sangre. El medico estaba desconcertado. Hacia 5 años que le habia avisado a la familia que estuvieran listos, que de un momento a otro Ricardo podia morir. Ahora su corazon seguia debil, pero estaba estable y no parecia ser la causa de ese deterioro decadente que presentaba un ritmo acelerado.
Ricardo termino por perder el apetito. En las horas de visita, Matilde pedia a sus nietas que le dieran de comer a Ricardo porque con ellas no se negaba, pero aun asi, comia muy poco.
- Tata, mira, trajeron la comida, ¿te ayudo?
Ricardo emitió un gruñido. La nieta acostumbrada a esas respuestas lo tomaba como un “si, esta bien”. Comenzaba a darle de comer. Ricardo abria la boca grande para recibir las cucharadas de caldo. Comia lentamente. La comida del hospital no era muy buena, pero esta no era la razon de su falta de apetito, sino que sentia cerrado el estomago. La nieta creyo que lo podia disuadir de comer mas, pero no lo logró. Un poco frustada salio a buscar a Matilde pues Ricardo le dio a entender que queria usar el orinal y necesitaba que Matilde le ayudara. Se despidio de el con un beso en la frente y se fue. Ricardo la miro salir mientras pensaba en el abismo que lo separaba de esa generacion tan alegre, tan liviana, tan falta de los problemas que lo habian hecho a el fuerte para enfrentar la vida. Y las jovenes, sus nietas, ellas lo tenian mas sorprendido aun, defendiendo ideas, trabajando, estudiando carreras que nunca penso que una mujer pudiera llegar a manejar, tan desprendidas de las falda y el cabello largo, simbolos supremos para el de la femenidad, tan independientes pero sin llegar a ser bruscas. Ya en su primera juventud, sus hijas le habian enseñado que el respeto de una mujer no significa sumision ni miedo. Y ahora sus nietas llevaban esta doctrina a planos tan elevados que al contrario de Matilde, Ricardo no hubiera querido vivir su juventud en esta epoca. No, no estaba de acuerdo, pero las admiraba, y sobre todo las amaba profundamente. Ahora se lamentaba porque sentia que al igual que a sus hijas en su momento, le falto cargarlas y abrazarlas mas.
Pasaban los dias y Ricardo seguia debil, al igual que su animo. Parecia haberse dado por vencido. Le mandaron hacer más analisis. Mientras, seguia en observacion con condicion delicada. Continúo perdiendo sangre y tuvieron que hacerle una transfusion. Matilde y sus hijos se turnaban para acompañar a Ricardo las 24 horas. Ricardo tenia la mirada apagada y ya solo protestaba cuando Matilde no estaba, aferrandose mas a su compañía. Ella solo iba a la casa a bañarse y a cambiarse de ropa. Se sentaba a un lado de la cama de Ricardo con una pila de libros y revistas para leer. Ricardo no decia nada. A las preguntas solo contestaba con silabas cortas y con gemidos.
Matilde no se daba cuenta, pero Ricardo la miraba continamente con los ojos entreabiertos, fingiendo que dormia. Hubiera querido tener fuerzas para tomarle la mano a Matilde y decirle algunas cosas. Nunca fue bueno para hablar de lo que sentia. Lo consideraba absurdo. Pero ahora sentia deseos de hacerlo y la ironia es que ahora no podia. Le dolia el vientre. Apenas el verano anterior habian pasado vacaciones separados, el en Tijuana con Delia y Matilde en Ensenada con Silvia. Los nietos marcaron el numero telefonico donde estaba Matilde. La saludaron a gritos y con palabras incomprensibles, tal y como los jovenes de ahora hablan.
- Que onda abuelita, ¿que patada?
- Muy bien mijito, gracias, ¿como estan todos alla? – contestaba Matilde sabiendo de antemano que para sus nietos el que onda era algo asi como buenas tardes como estas.
- A todo dar ague, aqui esta mi Tata, ya ven por el, que se la pasa mirando los play boys.
(Poco tiempo despues Matilde se enteraria que Ricardo habia tenido fuerza suficiente para subir por una escalera de pared hasta una buardilla donde uno de sus nietos guardaba sus revistas de mujeres desnudas y que lo habian encontrado “in fragati” hojeandolas, delatado por sus pies balanceandose conlgando de la plataforma).
-¿Los “plays” que mijito?
- Nada abuelita... espera, ¡oye TATA! Toma el telefono, saluda a mi abuelita, dile que la quieres mucho
-Si Tata, dile que la extrañas- todos hablaban al mismo tiempo haciendo un escandalo ensordesedor.- ¡Tata! ¡Tata, dile que la quieres!-
- Ah! como friegan- dijo Don Ricardo sonriendo.
Esas cursilerias no eran para el. Sin embargo ahora era diferente. Postrado en la cama del hospital, la nostalgia le corroia su espiritu. Le dolia el pecho. Le dolia el vientre. Sentia dolor en todo el cuerpo. A veces se cansaba tanto del dolor que este se le entumia en el cuerpo, y se podía habituar a él. El dolor en el alma es el que mas le lastimaba. Pronto acabaria todo. Lo presentia. No sabía como empezar a despedirse de todo. ¿Qué era lo que le esperaba despues? Seguia guardando silencio, en parte porque ya no podia hablar, en parte porque no sabia que decir. Matilde sentia la lucha interna que libraba Ricardo, pero no le reprocho nada. Contesto su silencio con más silencio. Y ese silencio hacia ensordecedor el eco de las pisadas apresuradas de las enfermeras por los pasillos del hospital, y los dejaba escuchar imprudentemente las conversaciones discretas de las demas personas de la habitacion. Ese mismo silencio les permitia oir el lejano llanto de los niños en el pabellon infantil. Cuantas historias compartiendo el mismo lugar, cuantas escenas en el mismo escenario y con diferentes finales. Rostros felices, rostros cansados, rostros tristes, desencajados, indiferentes, bebes sonrientes ajenos al dolor de los mayores. Ricardo no se acordaba ya del alcohol, tanto era el dolor que sentia en las entrañas. Le venian punzadas que lo contraian de nuevo cuando ya se habia acostumbrado a la intensidad. Le inyectaban la droga y pasaba bien un rato, pero después arremetía el dolor otra vez. Ahora comprendia porque sus amigos del pueblo no quisieron seguirlo en la parranda cuando regreso despues de mucho tiempo a Cananea hacia algunos años. Todos tenían mas de 60 años. Incluso algunos ya habian muerto. Unos se estaban cuidando del corazon, otros del higado, de los riñones, de esto y de lo otro. Todos muy amablemente negaron la invitacion de Ricardo, quien habia llegado brioso como cuando tenian 18 años y trabajaban en la mina. Matilde secretamente dio gracias por este incidente aunque tuvo que lidiar con un Don Ricardo muy enojado y decepcionado que se tuvo que tomar sus "pachas" solo en el hotel. Termino durmiendose temprano, aburrido y desconcertado de que sus amigos no hubieran querido divertirse como antes.
- Chin, de nuevo esta punzada, ¡maldita punzada! Inyectenme otra vez, traigan a la enfermera bonita a que me inyecte, Matilde, ¡Matilde! - penso al mismo tiempo que gemia por el dolor.
- Ya es hora de tu inyeccion Ricardo, deja llamo a la enfermera -.
Ricardo se quedo dormido despues de su dosis de morfina. Primero lo invadio un sopor ligero y luego ya no sintio nada. Casi estaba descansando, y por fin, pudo dormir un rato. No supo cuanto tiempo paso, pero no se alarmo. Ya habia perdido la cuenta del tiempo que llevaba ahí. Sintió ganas de orinar, pero no quiso llamar a Matilde. La miro dormida sentada a un lado. Asi en la oscuridad, se dibujaba el perfil de su rostro. Se dio cuenta que casi no habia cambiado. Su bella Matilde. Se sento en la cama con una facilidad que no habia sentido en mucho tiempo.
- Si que estuvo buena la dosis – penso ligeramente sorprendido del bienestar que sentia.
Tenia aliento de perro y la lengua pastosa. Le apremiaba la urgencia de orinar y de asearse. Se levanto y camino con un poco de esfuerzo pues sus piernas estaban entumecidas de tanto estar ociosas. No usaria el orinal. Iria al baño el solito y sorprenderia a Matilde. Se sentia muy bien con su repentina independencia. Salio del cuarto con pasitos arrastrados. La noche estaba muy entrada. El hospital parecia otro a esas horas. Reinaba la quietud y el silencio. Una luz ocre iluminaba el pasillo. A lo lejos, solo se oía actividad en el primer piso donde se atienden las emergencias. Ricardo camino a lo largo del pasillo buscando el baño. No sabia donde estaba porque aunque ya llevaba más de 2 semanas ahi, nunca habia salido del cuarto. Por fin, encontró la figura inconfundible del hombrecito azul dibujado en una puerta.
- Aqui mero es.
Tomo la perilla y la giro, sintiendola helada. Empujo la puerta y entro. La puerta se cerro detras de el. La luz estaba apagada. Busco a tientas por la pared el interruptor, un poco nervioso. Sintio alivio al encontrarlo y lo presiono apresuradamente. La luz se encendio y entonces el corazon le dio un vuelco de terror. Se encontraba delante de la cueva de sus pesadillas. Empezo a sentir el frio y la humedad calandole los huesos. Miro hacia abajo. Sus pies estaban hundiendose en el lodo arcilloso del suelo. Volteo hacia atrás, buscando la puerta para regresar el pasillo, pero ya no estaba. Recordo la cancion que cantaba con sus nietos y con la que se reian tanto
“Allá por el cerro mataron a un hombre
de esos que en la noche se salen a mear.
Quien iba a pensar, quien iba a pensar
que por una meada lo iban a matar....."
Ahora no le hacia tanta gracia.
- Carajo, hubiera usado el orinal. Tanta fuerza de repente, debí suponer que esto era un sueño. ¡Quiero despertar, quiero despertar! ¡Matilde, Matilde! -- grito Ricardo, tratando de huir corriendo, pero sus pies se resbalaban en el lodo. Volteo a la cueva. Nada se movia. Permanecio quieto, muy atento, agudizando los sentidos. Nada. Enfoco los ojos un poco mas, pero tampoco vio nada. Calma mortal, desesperante silencio. Su corazon palpitante estallaba en sus oidos, ensordenciendolo. De repente, un enano verde salio disparado de la oscuridad, saltándole encima, chillando horriblemente, enseñando sus dientecillos afilados. Clavo sus uñas en los muslos de Ricardo, derribandolo al lodo frio. Sus gritos eran más espantosos que nunca. Ricardo presintio que esta seria la lucha final. Se agito, pataleando, tratando desesperadamente de quitarse a la bestia que se aferraba a sus piernas. Lo estaba jalando hacia la cueva. Ricardo seguia peleando por soltarse. El enano lo sujetaba con una fuerza increible para su tamaño. Ricardo busco algo a que aferrarse, pero no habia nada a su alrededor. Solo lodo.
- ¡Matilde! ¡Matilde!! Me quiere llevar a la cueva, Matilde! no lo dejes Matilde! Sueltame, hijo de la chingada! sueltame hijo de Perra! aunque sea mentadas te voy a dar! ¡Matilde! ¡Despiertame, Matildeeeeee!............

Matilde se despertó al oir murmurar a Ricardo. Se acerco más a la cama. Balbuceaba angustiado palabras que ella no alcanzaba a entender. Aun asi Matilde supo que se trataba de su pesadilla.
- Ricardo, Ricardo, calmate es un mal sueño – le dijo en un volumen prudente para no despertar a los demas enfermos del cuarto. Lo tomo suavemente del brazo. Pero Ricardo no se desperto por los efectos del sedante. Tendria que sufrir su pesadilla hasta el final. Faltaba poco para que empezara a amanecer. Matilde acerco su silla y permanecio junto a Ricardo tomandolo del brazo, sin moverse. Habia pasado 50 años haciendo el mismo ritual de despertarlo por la noche, calmarlo, tranquilizarlo y esperar hasta que se durmiera de nuevo. Pero esta vez Ricardo no escuchaba, esta vez Matilde no lo salvaria.

¡Matilde! ¡Matilde! ¡No puedo más!.-dijo Ricardo sin aliento.
Las fuerzas se le acababan. No podia seguir luchando toda la noche. Todo parecia en vano, por mas que se resistia, al enano le faltaba muy poco para meterlo a la cueva. Necesitaba aire. Matilde no lo despertaba. ¿Que importaba ya nada? Exhausto, Ricardo dejo de resistirse. Ahora tenía más cansancio que miedo. Aflojo el cuerpo y descubrio que ya nadie lo estaba sujetando. Abrio los ojos. Delante de el estaba el enano verde. Pero su expresion ya no era feroz. No tenia dientes afilados, ni escamas en la piel. Ahora mas bien parecia un niño. Los dos se miraban fijamente, familiarizandose, reconociendose. Extraña sensacion. Habia peleado fieramente con el desde que tenia uso de razon pero nunca lo habia visto realmente. Entonces el niño le sonrio. Ricardo sintio un escalofrio. ¡Era él mismo solo que de niño! ¡Había peleado con el mismo todo este tiempo!
- Ricardo - dijo el niño con su voz infantil - tú y yo somos uno y lo mismo. Todo este tiempo he querido salir de esta cueva donde tú me encerraste y he tratado de decirte desesperadamente que me liberaras cada noche que has venido a cerciorarte de que yo siguiera aqui, pero nunca me escuchaste. Sin darte cuenta me has convertido en tu peor pesadilla. He querido salir siempre que, muy dentro de ti, sabias que hubieras necesitado decir “lo siento”, “disculpame”, o “te amo”. Sin embargo nunca consideraste importante esa voz interior. Fuiste educado para pensar que esas palabras eran signo de debilidad y siempre las acallabas. Quise salir cuando operaron a tu hija de la apendice y no quisiste acompañar a Matilde al hospital, ¿recuerdas? Yo fui aquel impulso que tuviste de comprarle flores para disculparte, pero no lo hiciste. Quise salir cuando bajaste del auto a tu hijo por una simple discusion de niños, y el tuvo que regresar a casa caminando. Yo fui aquel arrepentimiento que sentiste porque el era muy pequeño para entender. Aun asi no regresaste por el. Quise salir todas la veces que Matilde tenia la razon y tu no la oiste simplemente porque se tenian que hacer las cosas como tu decias. ¿Recuerdas ahora? Todas esas veces estuve ahí y nunca me hiciste caso. Soy Ricardo tambien, pero me quede como niño porque nunca me dejaste crecer contigo. No quisiste que peleáramos juntos para que por fin tu pudieras alcanzar la felicidad. Ricardo, no nos queda mucho tiempo, aceptame y arrepientete de todo el egoismo de tu corazon, esa es la unica causa del dolor y la angustia que oprime a tu alma y que no deja descansar a tu cuerpo.
Ricardo se quedo callado mirando hacia el piso, evadiendo la mirada de su yo infantil.
-Ya es muy tarde - dijo al fin mirando sus manos huesudas, que le recordaban lo acabada que estaba.- Ya es muy tarde para cambiar, todo es inutil, ¿de que serviria?
- Es por ti, para que descanses en paz, para que seas feliz. Ven, deja que te guie, deja que te quite ese peso del corazon. Tienes que reconciliarte contigo y el mundo para que despues puedas regresar al Todo en completa paz. La felicidad que obtendras en este mundo quizas dure unos minutos. ¿Que importa? Esa no es la felicidad eterna, gloriosa, aquella que confundimos tanto con ese vaiven de alegrias pasajeras que transcurren a lo largo de nuestras vidas. Aceptame como parte de ti o ¿Prefieres una eternidad arrepintiendote? Ven Ricardo - el niño Ricardo estiraba la mano.
Ricardo el viejo la tomo, y se sintio reconfortado. Todo alrededor habia cambiado. Dejo de sentir frio, el sol estaba saliendo y su tibieza llenaba todo el ambiente. Ya no habia lodo. Habia pasto alrededor de un camino seco. Todo era claro, como lo eran sus pensamientos ahora. Y recordo todas esas ocasiones que actuo egoistamente y volvio a vivir las escenas con su nueva personalidad, recien enriquecida, generosa y comprensiva. Por primera vez Ricardo sintio tranquilidad al dormir. Ya todo habia terminado. Abrio los ojos y percibio un mundo diferente con su alma liberada del tormento de sus propios miedos.
Ricardo dejo de ajitarse en la cama y esto tranquilizo a Matilde. Le solto el brazo y le tomo la mano, que respondio apenas a su presion. Ella sentia que Ricardo se debilitaba mas a cada minuto. El sabia que su cuerpo no retendria por mucho tiempo mas a su espiritu. Su sueño se lo habia advertido. Sintio ganas de llorar por la impotencia.
-No tenemos mucho tiempo – le habia dicho el niño.
- ¡Donde estan todos! - quiso gritar, pero solo emitio un gemido.
Matilde lo escucho y lo intento tranqulizar con palmaditas. Entro Silvia a la habitacion, habia llegado a relevar a Matilde.
- ¿Que quieres Ricardo, que te pasa? , ¿Te sientes mal? Estas muy agitado,- hija, ve por el doctor, tu padre se mira muy palido. – Silvia obedecio y salio inmediatamente
- Ricardo, mirame- le dijo Matilde tomándole la mano- ¿Te sientes bien?
Ricardo sin contestar la miro pensando
- “Nunca me he sentido mejor Matilde. Quisiera decirte tantas cosas.......... Matilde, no creo que hubiera podido ser feliz sin ti. Nunca te lo dije. Tuve toda la vida, pero nunca hubo tiempo, ni valor para decirtelo, ni fuerza para cambiar. Y ahora ya no tengo fuerzas ni para hablar. ¡Con un demonio! ¿Que cambiaria si yo pudiera hablarte ahora? Nada. No me creerias, pensarias que estoy delirando. Ni siquiera borracho me creias. Se que yo no te he hecho del todo feliz. Al contrario, se que has sido infeliz. Pero al final de mi vida te agradezco infinitamente que sigas al lado de este viejo decrepito, inutil y obstinado que te necesita mas que a nada en el mundo. Dios quiso que lo ultimo que viera fuera tu rostro. Aquel por el que suspire jornadas enteras en la mina. Aquel que me miraba con indiferencia al pasar a mi lado. Aquel cuyos desprecios me hacia silbar esa cancion "yo se que nunca besare tu boca, tu boca de purpura encendida........". Mi bella Matilde. ¿Cuantas veces tuve que rogarte que te casaras conmigo? Matilde, Matilde. Tengo miedo Matilde. Pero tambien estoy cansado. Y tu tambien lo estas. Es mejor asi. Ahora comprendo. Matilde, te ruego me perdones por no haberte dado toda la felicidad que mereces. Matilde, mi alma solo tendra descanso si me perdonas por todo lo que te hice sufrir, Matilde, a Dios y a ti te lo pido, perdoname, perdoname......”

¿Cómo decirle todo aquello solo con la mirada? Ricardo tenía los ojos desorbitados, pero no pudo pronunciar una sola palabra. Matilde intuyo que le queria decir algo. Estaba asustada porque nunca le habia visto esa mirada y no supo interpretarla. Dejo de sentir la debil opresion de la mano de Ricardo en la suya. La mirada de Ricardo seguia fija, pero su brillo se habia apagado.
- ¡Doctor! grito Matilde desesperada.
El doctor ya estaba ahi. Una enfermera saco a Matilde y a Silvia del cuarto, mientras otras llegaban con el equipo de resucitacion. El doctor le inyectaba a Ricardo una fuerte dosis para hacer reaccionar su corazon. Todavia lograron mantener vivo a Ricardo unos minutos más.
Ricardo sentia el ajetreo a su alrededor como un evento muy lejano, mientras, su voz interior seguia hablando....
- Matilde, Matilde. Se que estas cansada. Yo tambien....... Asi que esto es. Nada. No siento nada.... Matilde, mi Matilde........... - Poco a poco los sonidos se hicieron más debiles, las luces más tenues, poco a poco, hasta que ya no oyo ni vio nada. Asi se fue. De 72 años y con un corazon fatigado, exhausto, que por fin dejo de latir. Asi de facil se fue, sin llevarse nada, tal como algun dia todos nos iremos, sin importar si tuvimos una vida feliz o miserable, sin importar si hicimos mucho o poco. Sin importar si hicimos el bien o el mal. En la vida, algunas cosas las podemos decidir, otras no. Pero al final, la muerte es la unica certeza inevitable que tenemos.

Matilde y Silvia esperaban en el pasillo. Por fin salió el doctor, inmutable, quizas por la cantidad de veces que ha repetido esta escena, quizas porque ha dejado de ser el joven medico que creia que la ciencia era infalible, llegando icluso a palpar arrogantemente la idea de la inmortalidad.
-Lo siento señora, su esposo ha fallecido - le dijo el doctor a Matilde.
Matilde se quedo parada, inmovil. Lo habia presentido. Suspiro, cansada. Todo habia terminado por fin. Despues de tantas veces que penso separarse de Ricardo, ahora que era real se arrepentia de haberlo deseado. Un sentimiento de culpa empezo a molestarle
- ¿Que he hecho? Ricardo se ha ido- No lo creia. Se acerco a la cama y lo miro inmovil, como muchas veces cuando dormia. Pero ahora su pecho estaba inerte.
Entonces se dio cuenta que era verdad. Estaba sola. Sin darse cuenta, empezo a llorar. Le tomo la mano a Ricardo. Estaba fria. La apreto con fuerza sintiendo un dolor en el corazon. Toda su vida se habia esforzado por quererlo y hacerlo feliz. Y ahora se habia ido sin demostrar algo de su cariño. Lloro por toda esa felicidad que nunca tuvieron juntos. La vida se les habia ido en peleas e indiferencias. Ricardo habia destrozado sus ilusiones y ahora se iba sin reconciliarse. La habia dejado incompleta.
- Esta bien Ricardo, descansa. Yo estoy cansada tambien - Matilde lloraba en silencio, cuidando de no perturbar a los demas. Silvia la consolaba.
Despues de unos dias del fallecimiento se le entregaron a Matilde los resultados de la autopsia y de los ultimos analisis que se le practicaron a Ricardo. Para sorpresa de todos, murio de cancer. Tenía un tumor en la prostata que no se le detecto. Por eso sangraba al orinar.
- Traigo una fuga en el caño – le habia dicho al doctor en un momento de buen humor sin sospechar que esa fuga lo acabaria mas pronto que las amenazas que le habia dado su corazon.

lunes, 10 de agosto de 2009

CONVOCATORIA DE ANIVERSARIO DEL COLECTIVO UNDERGROUND LUCIFER

LUGAR POR CONFIRMAR:
SKATEPARK O MISION DRAGON

FECHA (SEGURA)
5 DE SEPTIEMBRE



Para mas informacion visiten su myspace
http://blogs.myspace.com/index.cfm?fuseaction=blog.view&friendId=411306855&blogId=504810544

domingo, 9 de agosto de 2009

Los nietos

Matilde y Ricardo se habian quedado solos. Su hija menor, Hilda, fue la ultima en casarse en 1971. Matilde resentia mucho la ausencia de sus hijos y para colmo, Silvia y Delia se habian mudado con sus maridos a Ensenada y a Tijuana respectivamente, asi que las miraba mucho menos. Hilda y a Ricardo segundo estaban muy al pendiente de ellos y los visitaban frecuentemente. Pero no era lo mismo que antes. Berta, su hermana y Doña Berta su madre habian fallecido hacia poco tiempo y tambien Doña Tula, y aunque su relacion nunca fue muy agradable, se habia acostumbrado a su presencia. Matilde volco toda su atencion en la tienda, haciendose casi tan obsesiva como Don Ricardo. No le molestaba ya que Ricardo no quisiera cerrar temprano. Lo preferia a enfrentarse a su callada casa que ahora le parecia tambien oscura. Pero algo pasaria muy pronto que le alegraria la vida al maduro matrimonio. Sus hijos les dieron nietos, muchos nietos y uno tras otro. Y todos los nietos que vivian en Mexicali les toco ser cuidados por Matilde, ya que en estos tiempos tan modernos, tambien las mamas trabajaban fuera de casa y cada vez eran menos las que se dedicaban al hogar. Cuando los nietos tuvieron edad, Don Ricardo los llevaba al preescolar. La casa se volvio a llenar de risas y ajetreo. Las ollas de Matilde estaban abolladas de tanto ser usadas como tambores, sombreros y zapatos. Tambien, en una persecucion entre primos, volcaron la mesita con todas las figuras de porcelana que Matilde llevaba coleccionando toda su vida. Algunas de ellas podrian haber llegado a valuarse como antiguedades sino hubiera sido por este accidente. Sin embargo, en todas las travesuras, el disgusto de Matilde solo duraba un rato. Despues volvia a ser la complaciente y dulce abuelita, que consentia y adoraba a todos sus nietos. Don Ricardo tambien disfrutaba a sus nietos. El semblante le cambiaba cuando estos llegaban, y no perdia la paciencia cuando se los encontraba metidos en las vitrinas de los dulces en la tienda, sino que, para sorpresa de Matilde, los alentaba a seguir con sus fechorias. Tambien, intencionalmente dejaba sin seguro el cajon de la feria. En el habia unas latas de café llenas de monedas para darle cambio a los clientes. Sabia que antes de que los llevara al preescolar, los niños se escabuian por su recamara a la tienda y tomaban algunas monedas, seguros que como habia tantas, nadie notaria el atraco. Las usaban para comprar golosinas en el recreo. Los nietos creian estar pillando al abuelo, cuando era este el que los pillaba a ellos.

El pasatiempo favorito de Ricardo era escuchar sus discos de antaño mientras bebia una cuba.
.....Cuando la luz del sol se este apagando
Y tu estes cansada de vagar
Piensa que yo por ti estare esperando
Hasta que tu decidas regresar....

Ricardo no se movia mas que para darle sorbos a su trago que sostenia en la rodilla con su brazo derecho. En esos momentos todo el se sustentaba solo en la musica, como si el mismo fuera electrico tambien y estuviera conectado al tocadiscos. Parecia que si este se llegara a apagar, Ricardo caeria tambien. Entonces sus nietos, sin respeto alguno a su meditacion, llegaban haciendo un griterio del demonio que en otros tiempos les hubiera costado una tunda. Pero los nietos de Ricardo tenian los privilegios de un abuelo ablandado y cansado. Ricardo les sonreia y con afecto sincero los saludaba con un beso en el aire. Satisfechos de obtener la atencion del abuelo, los niños corrian en otra direccion a seguir con sus juegos, escondiendose por toda la casa y el patio, dejando a Ricardo solo con sus nostalgias y a Matilde loca de contenta de tenerlos ahí, aunque tuviera que pelar mas papas y descongelar mas frijoles cocidos.
Esos eran los detalles de Ricardo que desconcertaban a Matilde. Se sorprendia con las tiernas actitudes de Ricardo y pensaba con tristeza como podia ser tan cariñoso como padre y abuelo y que tuviera tan poco de esta cualidad como esposo.

Haciendose esta pregunta, se le pasarian los cincuenta años que duro su matrimonio.

Por esos tiempos Matilde empezo a sentir dolor en sus manos y en sus piernas. Una visita al doctor la dejo muy desanimada. Tenia artritis reumatoide. El doctor no fue muy optimista. Le dio dos recomendaciones, aparte del medicamento, que dejara de comer carnes rojas y que practicara yoga. Ella siguió estas recomendaciones al pie de la letra y la recuperacion fue tal, que hasta el doctor se sorprendio. Después de esto Matilde se volvio vegetariana y yoguista de por vida.

Iba comenzando la decada de los ochentas y Ricardo y Matilde ya estaban completamente solos otra vez . Ni siquiera sus nietos eran tan pequeños ya y cada vez les pedian menos que los cuidaran. Aparte del dinero de la tienda, recibian las rentas de los departamentos y locales que habian construido a lo largo de todos esos años. A Matilde le gustaba atender el negocio pero se sentia cansada. Por eso le pidio a Ricardo que revisaran el horario de trabajo, que como ella miraba las cosas podian cerrar a las ocho entre semana, a las 6 los sabados y el domingo a medio dia y asi poder tener mas tiempo para ellos, para hacer otras cosas. Ricardo se nego. Dijo que prefiria cerrar la tienda a empezar a modificar sus horarios. ¿Cómo iba a modificar algo que nunca habia existido? Penso Matilde, pero guardo silencio. Su nueva casa de dos pisos que construyeron en la misma calle de la tienda estaba casi lista al igual que dos departamentos mas para rentar. Ya no tenian gastos fuertes y aunque cerrar la tienda no era lo que Matilde tenia en mente porque las ventas le gustaban, prefirio no discutir. Sabia que con lo que tenian les alcanzaba.
-Pues cerraremos la tienda Ricardo.

Y asi, tan facil y de pronto, terminaron con una etapa de mas de treinta años de sus vidas, y ante la sorpresa de sus hijos y nietos, la “Tienda Nueva” cerro sus puertas en 1980.
Despues se mudaron a la casa nueva. Matilde estaba feliz con su nueva casa, mas iluminada, mas calida. Se trajo todas las fotos de la familia. Las colgo en las paredes y las que no cupieron quedaron sobre mesas y repisas. Toda la historia de la familia seguia plasmada en la casa y de este modo nadie extraño la casa vieja. Era como si siempre hubieran vivido ahi.

Los ochentas transcurrieron para Matilde como un suspiro. Sus nietos andaban con el pelo parado y la ropa muy holgada, de colores fosforescentes, y sus nietas usaban excesivamente el maquillaje. Habia visto pasar tantas modas desde los veintes que ya nada le espantaba. En los noventas se volvieron a estilizar las formas y eliminarse los excesos de ornamentacion, se regreso a un maquillaje mas natural . Le recordo un poco los cuarenta. Pero ahora se usaba mucho la fibra sintetica elastizada y los vestidos de sus nietas le parecian cada vez mas entallados, como si los trajeran pintados al cuerpo. No le gustaba, pero tampoco decia nada. Sabia que al igual que las otras modas, esta tambien pasaria. Y de todos modos este era un tema que no le llamaba mucho la atencion. Hacia mucho tiempo que habia dejado de ser vanidosa.